La arawana plateada, un pez propio del río Amazonas que alcanza de adulto unos 90 centímetros de largo, es considerado un amuleto para la prosperidad por los japoneses que, sin saberlo, le han regalado parte de su “buena suerte” a los colombianos que lo crían.
Uno de estos “bendecidos” es Santos Santofimio Molina, un piscicultor de 52 años cuya vida estuvo marcada ayer por los golpes del conflicto armado y hoy por el cáncer de piel que padece.
En su finca La Galilea, ubicada en la vereda El Chocho del departamento de Caquetá, una zona de espesa selva tropical húmeda en el sur de Colombia, hace 14 años empezó a criar cachama, mojarra, bocachico y sábalo, cuatro de las especies más comunes del menú local.
“Yo nací en el departamento del Huila (sur), pero vine a vivir a Caquetá hace 38 años. Con mi familia nos instalamos en la vereda (caserío) El Sánchez, del municipio de Belén de los Andaquíes, pero cuando llegaron los paramilitares se nos dañó la vida a todos”, relató a Efe Santofimio.
Su destino fue igual que el de los más de 7,6 millones de desplazados que, según el Gobierno Nacional, había en 2016: Abandonar su tierra para salvar la vida.
Años más tarde, la violencia lo volvió a buscar. Cuenta Santofimio que perdió una finca de 43 hectáreas en la que cultivaba productos de subsistencia y criaba ganado. Sin embargo, eso no fue lo que más dolor le causó.
Sintió miedo y que su corazón se partía en dos cuando el grupo armado ilegal que “gobernaba” la zona amenazó con reclutar a uno de sus cinco hijos, entonces menor de edad.
“O se van de aquí o se mueren”, le dijeron, y la reacción fue inmediata: “Nos fuimos para siempre, a empezar de cero, pero vivos”, relató.
Ya instalado en El Chocho volvió a lo de siempre, “al trabajo rudo del campo”, pero esta vez enfocado en la piscicultura.
En 2015 conoció la arawana, la reina de los acuarios en Japón y de la que se puso la meta de “mandar de viaje al otro lado del mundo” a 12.000 animales anuales.
Hoy hace parte de una empresa conformada por 50 piscicultores de Caquetá y 20 de Putumayo, en la frontera con Ecuador, que el año pasado empezó a exportar los peces que, a los pocos días de nacidos, salen de Colombia en bolsas con oxígeno suficiente para 80 horas.
“Las noticias son alentadoras, porque dicen que tenemos la comercialización asegurada. Eso me da alegría, porque espero ver pronto los dividendos y mejorar mi calidad de mi vida ahora que tengo cáncer y que mi capacidad para trabajar bajo el sol no es la misma”, dijo esperanzado.
De hecho, según el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, Colombia exportó en 2013 unos 7,9 millones de dólares en peces ornamentales, principalmente a EE.UU., Japón, Alemania y China.
Además, se han identificado otras 24 oportunidades de negocio en Reino Unido, Singapur, México, Canadá, Tailandia, Holanda, Corea del Sur, Francia, Rusia, España, Israel, Noruega, Dinamarca e Italia, entre otros países, con lo cual pareciera que la suerte que aparentemente traen las arawanas también va a cobijar a quienes las crían.
Por ello Santofimio, que además de ser piscicultor rasga las cuerdas de su vieja guitarra para acompañar en las tardes a una de sus hijas que interpreta canciones inspiradas en el paisaje amazónico colombiano, cree que el futuro puede ser mejor.
“Me desplazaron, amenazaron y humillaron, pero eso ya pasó, aunque confieso que me cambió para siempre. Sin embargo, los campesinos somos tremendos para soportar lo malo, para levantarnos y seguir, y eso es justamente lo que hago ahora, simplemente seguir”, aseveró.