Cuando en Colombia se habla de paz se debe incluir también al narcotráfico, foco de violencia que atrae a disidentes de guerrillas y a grupos paramilitares que, como quedó demostrado esta semana, alejan el sueño de un país sin fusiles.
En un ataque que ha dejado muchos interrogantes, esa realidad quedó más en evidencia que nunca cuando un grupo de hombres armados, al parecer disidentes de la sanguinaria columna Daniel Aldana de las Farc, abrió fuego en medio de una protesta de cocaleros y el saldo hasta el momento es de seis campesinos muertos y 15 heridos, según datos oficiales.
Todavía no está claro qué pasó durante el tiroteo que se produjo en una zona rural del municipio de Tumaco (suroeste) y el presidente Juan Manuel Santos ha ordenado una investigación completa para conocer, entre otras cosas, cómo reaccionó la fuerza pública,.
Lo que sí está claro es que la violencia sigue retroalimentándose con la coca, única opción de vida para muchos campesinos como los que murieron.
No era ningún secreto que parte de la financiación de las FARC, guerrilla ya desmovilizada y transformada en movimiento político, tenía su fuente en el narcotráfico, un negocio muy goloso que pervirtió el conflicto armado y cuyos tentáculos terminaron por rozar incluso a lo más alto de la política colombiana.
El dinero que se genera con el narcotráfico es la explicación plausible por la que alias “Rodrigo Cadete”, un veterano guerrillero que había accedido al desarme, dejó atrás a sus escoltas para unirse a las disidencias.
Sin embargo, varias fuentes indicaron a Efe que las disidencias no están particularmente cohesionadas entre sí y, aunque no combaten por los mismos territorios, tampoco “trabajan” juntos, reporta Efe.
Otro tema esencial son las alianzas que han trabado para sacar la cocaína de Colombia de camino a los grandes mercados mundiales.