Series de televisión, novelas y biografías sobre Pablo Escobar se multiplican desde hace años en el mundo olvidando la memoria de sus víctimas y reabriendo una herida que Colombia trata de cerrar para dejar atrás una de sus épocas más oscuras.
Precisamente, hoy se cumplen 25 años desde que el capo más célebre cayó abatido en los tejados de su último refugio de Medellín, la ciudad que contribuyó a transformar en la más violenta del mundo y en la que todavía hoy, como si de un peregrinar se tratara, acuden turistas para ver su tumba o conocer su hacienda.
Allí, algunos vecinos se ofrecen gustosos a hacer tours de todo pelaje para conocer más acerca de la vida de un capo que parece que se ha convertido en un icono pop sin importar el reguero de sangre y miedo que dejó a sus espaldas.
Su incómoda presencia, frecuente en las conversaciones, no supone para el sociólogo Fabián Sanabria, profesor de la Universidad Nacional, un estigma para Colombia, puesto que “forma parte de la realidad y de los procesos históricos de las naciones”.
Escobar ya ha muerto, pero esas tinieblas permanecen vivas y se observan en el aumento de los cultivos de coca en Colombia, los nuevos ciclos de violencia que, olvidados en las zonas rurales, no paran de crecer, y también en una cierta indulgencia hacia el reguero de sangre que dejó el narco a su paso.
También en esas rutas turísticas que ofrecen desde el momento en que los visitantes se suben a un taxi en Medellín.
Sin embargo, hay otra faceta que también se percibe en Colombia y es el rechazo a ser asociados con una época que consideran pasada y que se ha enraizado en los estereotipos de todo el mundo.Efe