Bahía Solano es un paraíso natural en plena selva del Pacífico colombiano, un remanso de paz verde pervertido por el ser humano que ha convertido uno de sus rincones en un basurero a cielo abierto donde los residuos amenazan a una de las zonas más biodiversas del planeta.
La escena es dantesca, en el “botadero de basura”, como lo conocen sus vecinos, millones de toneladas de residuos caen por unas laderas que desde el cielo se perciben como un tapete verde atravesado por esta lengua de desechos.
A apenas 6 kilómetros de la cabecera municipal, conocida como Ciudad Mutis en homenaje al botánico español José Celestino Mutis, los habitantes de esta localidad de unos 16.000 habitantes depositan cerca de 50 toneladas de residuos al mes desde 1995.
Pero lo más grave está a escasos 200 metros del vertedero, allí viven los casi 70 miembros de una comunidad indígena Embera que, desplazada por los embates del conflicto armado, se ha asentado en la zona.
“La vida es muy horrible porque en el día uno come y hay mucha mosca, se llena la comida, (los insectos) son los primeros que se asoman a la comida”, explica a Efe la gobernadora de la comunidad, Milena Pedrosa.
El olor en el que viven es inenarrable y las pésimas condiciones higiénicas las padecen con especial dolor los 40 niños que allí viven, reporta Efe.
Erupciones cutáneas producto de hongos y bacterias, así como diarreas son frecuentes entre unos menores que ya fueron testigos de la muerte de un niño el año pasado, según dicen, por una enfermedad que contrajo por la contaminación.