La elección presidencial marcó el 2018 en Colombia en donde la división en torno al acuerdo de paz con las Farc fue decisiva para la victoria de Iván Duque, del partido uribista Centro Democrático.
En la que quizás sea la campaña presidencial más polarizada que recuerde Colombia, la izquierda, liderada por el exalcalde de Bogotá y exguerrillero Gustavo Petro, vendió la idea de que Duque, si ganaba, haría “trizas” el acuerdo de paz firmado con la principal guerrilla del país en noviembre de 2016.
Así llegaron a la segunda vuelta, el 17 de junio, en la que Duque se impuso con 10,3 millones de votos, equivalentes al 53,98 %, mientras que Petro, que logró aglutinar por primera vez a los distintos sectores de la izquierda en torno a una candidatura, obtuvo poco más de ocho millones de papeletas (41,81 %).
La alta votación de Petro, que superó cualquier pronóstico, lo reafirmó como líder de la oposición de izquierdas que ha ejercido de manera implacable en el Senado y principalmente vía Twitter, su tribuna de denuncia y opinión.
Ni el acuerdo de paz se ha hecho trizas ni Colombia corre el riesgo de convertirse en otra Venezuela, pero el país sigue dividido entre las dos posturas ideológicas e incluso la fractura parece acentuarse con el paso de los días pese a que en su discurso de investidura, el 7 de agosto, Duque hizo un llamamiento a la unidad para construir el “gran pacto por Colombia“.
“Quiero gobernar a Colombia con valores y principios inquebrantables, superando las divisiones de izquierda y derecha, superando con el diálogo popular los sentimientos hirsutos que invitan a la fractura social, quiero gobernar a Colombia con el espíritu de construir, nunca de destruir”, afirmó aquel día.
Sin embargo, las cosas no le han salido como pensaba y su llamado a la unidad ha encontrado numerosos escollos, no solo en la oposición sino incluso entre aliados de su Gobierno, lo que le ha impedido sacar adelante una agenda legislativa.
El presidente, que reniega del clientelismo como práctica política, atribuye la resistencia que tiene en el Congreso a su negativa a repartir cargos y presupuesto a cambio de apoyo a sus propuestas, lo que es bien visto por la población.
“Con ningún líder político hablo yo de repartijas burocráticas ni de puestos”, dijo recientemente al ser preguntado por sus relaciones con dirigentes de otros partidos.
En cualquier caso, en los cuatro meses que lleva como presidente, Duque ha sufrido importantes reveses no solo legislativos sino también en su imagen, lo que hace que su popularidad sea la más baja que se recuerde de un mandatario en el comienzo de su administración.
Según una encuesta de la firma Gallup, la aprobación de Duque, que en agosto era del 40 %, subió al 47 % en octubre y cayó en picado al 29 % en diciembre.
El alto rechazo a su gestión tiene que ver con decisiones impopulares, como la reforma fiscal presentada al Congreso que tuvo que ser suavizada ante la oposición encontrada, incluso en el Centro Democrático, porque gravaba con el 19 % del IVA los productos de la cesta básica.
También se hundió el proyecto de reforma de la justicia y recibió fuertes críticas por los nombres que incluyó en la terna para designar un fiscal ad hoc que tendrá a su cargo tres investigaciones por los sobornos de la multinacional brasileña Odebrecht en el país, así como por otros polémicos nombramientos de funcionarios.
Por si fuera poco, su Gobierno enfrenta desde hace más de dos meses una protesta de estudiantes que reclaman más presupuesto para las universidades públicas, pese a que Duque llegó con los rectores a un acuerdo que garantiza la mayor partida jamás aprobada para las instituciones de educación superior, informa Efe.
Esos hechos hacen que la imagen que la mayor parte de los colombianos tienen del presidente sea muy distinta a aquella con la que soñó al comenzar su Gobierno, cuando en su discurso inaugural invitó a superar las divisiones para construir un país en el “que por encima de las diferencias estén las cosas que nos unen”.