Vasco Prazedes, de 21 años, pasa la mañana en Oeiras, en las afueras de Lisboa, tomando fotos en el mar con su cámara acuática. Acaban de reabrir las playas en Portugal para practicar deporte y él lo agradece porque “ayuda a que las personas se distraigan de esto”.
Por ‘esto’ se refiere al segundo confinamiento general en Portugal, que comenzó el 15 de enero y se prolongará, como mínimo, hasta el 16 de marzo, y que para él “fue muy pesado, muy duro y muy difícil”.
La sensación de pesadumbre de Vasco castiga a millones de jóvenes y, coinciden los expertos, se ha traducido en un aumento significativo de depresión, ansiedad y trastornos alimenticios.
En el hospital Doña Estefania de Lisboa, por ejemplo, el número de adolescentes que pidió información sobre ansiedad y depresión aumentó en un 50 % respecto al año pasado y, en el Centro Hospitalario San Joao, un 76 % de jóvenes atendidos pidieron ayuda para tratar sintomatologías parecidas.
Desde finales del pasado año, la tasa de depresión de los adolescentes lusos, que rondaba el 8 % antes de la pandemia, “se ha duplicado hasta llegar al 14 %”, explica a Efe Ana María Matos, psicóloga de la Universidad de Coimbra.
Matos participó en un estudio, junto con las universidades de Emory y la Amarson de Islandia, sobre el efecto de la pandemia en los adolescentes lusos, integrado en el proyecto ‘Éxito, Mente y Salud’ (SMS), que tiene como objetivo “promover la salud mental y eliminar el estigma social”.
El estudio reveló que los 206 jóvenes lusos encuestados mostraban síntomas de “tristeza, irritabilidad, enfado consigo mismos o culpa”, pero también físicos, como una “tendencia a la mala alimentación y al aumento de peso”.
Estos síntomas depresivos comenzaron durante la primera ola y crecieron en paralelo con el aumento de los contagios de finales del pasado año.
Las estrategias de regulación emocional o mindfullness no han impedido que los adolescentes “tengan una emocionalidad mucho más negativa” porque la socialización es “crucial”, matiza la psicóloga.
Un problema que preocupa muy especialmente en un país que en 2018 contabilizó casi 1.000 suicidios, con una tasa de 9,92 por cada 100.000 habitantes. Efe