Marihuana medicinal abriría oportunidad de ‘bonanza’ en Colombia

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Cansado de vivir con miedo de ser arrestado y de correr riesgos al negociar con traficantes, Romairo Aguirre está listo para arrancar las 1.500 plantas de marihuana que cultiva en su finca en las montañas del Cauca y abrazar la legalidad.

El campesino es uno de los miles de cultivadores ilícitos que tienen centradas sus esperanzas en la naciente industria del cannabis medicinal, unas variedades con diferentes componentes activos a la marihuana tradicional y que despegaría este año tras surtir un tortuoso camino en medio de temores entre muchos colombianos de que sea el primer paso hacia la legalización.

El presidente Juan Manuel Santos, quien terminará su segundo mandato consecutivo en agosto, busca transformar a Colombia de un gran proveedor mundial de marihuana ilegal -después de México- al mayor productor para la industria farmacéutica.

“Nos estamos dando cuenta del potencial de la marihuana”, dijo Aguirre, de 61 años, en medio de su cultivo en las montañas de Corinto y quien espera poder trabajar en conjunto con alguna de las pocas empresas que recién se han establecido en el país atraídas por las favorables condiciones del nuevo negocio.

“Si el Gobierno le metiera la mano al tema, esta podría ser la próxima bonanza del campo, como lo fue el café, puede ser la salvación de este municipio abandonado y olvidado”, afirmó justo en el momento en que un hombre y una mujer arribaban para comprar una bolsa repleta de capullos secos.

El potencial de Colombia se disparó después de que la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas (JIFE) le dio el aval al país para desarrollar el 44 por ciento de las licencias mundiales para producir cannabis medicinal, equivalente a 40,5 toneladas.

Según estimaciones de la naciente industria, el país sudamericano tiene el potencial de cultivar aproximadamente unas 1.000 hectáreas de cannabis para uso medicinal, informa Reuters.

Si bien la ley ya reglamenta la tenencia, producción, distribución, comercialización y exportación de semillas, plantas y sustancias derivadas de la marihuana, como aceites, pastillas, jarabes, cremas y extractos con fines medicinales, el gobierno entrega las licencias por etapas dependiendo de la demanda. Hasta ahora solo ha dado cupos para producir semillas.

En momentos en que Colombia busca reducir su dependencia del petróleo -su mayor fuente de divisas-, el país podría conquistar cerca de un 20 por ciento del negocio mundial de cannabis medicinal de 40.000 millones de dólares anuales, o unos 8.000 millones de dólares, según cálculos de farmacéuticas del sector.

Eso equivale al valor de las exportaciones anuales de café, banano y flores combinadas o solo a las de carbón.

“Colombia está apostando por la diversificación de las exportaciones, por la diversificación de su portafolio y este es uno de los caminos más agresivos”, dijo Rodrigo Arcila, presidente de ASOCOLCANNA, la recién fundada asociación que reúne a las empresas de la industria del cannabis en Colombia.

Los derivados de la marihuana tienen el poder de aliviar dolores y efectos en los enfermos de cáncer, esclerosis múltiple y trastorno de estrés postraumático, e incluso ha incidido en la reducción de tumores, según estudios.

De acuerdo con estimaciones de las farmacéuticas con base en las personas que sufren estos males, los pacientes potenciales en Colombia podrían ascender a 4,5 millones y a 60 millones en América Latina.

 

ESTIGMA

De pie entre hileras de aromáticos arbustos de cannabis en una plantación cerca de Medellín, sede del cartel dirigido por el extinto Pablo Escobar en la década de 1980, Federico Cock, presidente de la unidad en Colombia de la canadiense Pharmacielo Ltd, explica el transformador uso médico del cannabis.

“Con pequeñas dosis podemos mejorar la calidad de vida de una manera importante”, dijo, tras reconocer que la marihuana medicinal podría allanar el camino para legalizar el uso de la planta por completo.

“Pasaremos de una historia mala y negativa a tener una posibilidad real de desarrollar un producto que desestigmatice la historia de Colombia y nuestro triste pasado”, explicó el directivo a cargo del cultivo de 12 hectáreas en Rionegro para la empresa dedicada a producir cannabis y elaborar medicamentos.

Cock espera estar produciendo para fin de año, si el gobierno concede las licencias de producción masiva y para elaborar medicamentos.

Con los bancos reacios a prestar a la incipiente industria, Pharmacielo precisó que está en proceso de cotizar en la bolsa de valores de Toronto, pendiente de la aprobación regulatoria, un paso que según Cook podrían seguir otras compañías.

“Es un estigma”, enfatizó. “Pero creo que pronto obtendremos apoyo”.

Para Arcila, Colombia se encuentra cinco años atrás de Canadá en el negocio del cannabis, una industria que vive un frenesí de fusiones en ese país, de cara a la legalización del uso recreativo de la marihuana prevista para mediados del 2018, siguiendo los pasos del pionero Uruguay.

Pero Sidney Himmel, presidente de Khiron Life Sciences Corp, con sede en Toronto, una compañía de cannabis medicinal que se está estableciendo en Colombia, afirmó que a medida que más empresas se involucren en el negocio, los bancos se unirán.

“Los dólares necesarios para financiar esto son masivos”, dijo en un evento en Bogotá, y señaló que la presencia de firmas canadienses “abrirá las compuertas a mucho más capital”.

Aunque Colombia suministró históricamente buena parte de la marihuana ilegal a Estados Unidos, ese mercado permanece cerrado a las importaciones legales. Por lo tanto, Colombia buscará ventas en América Latina, precisó Arcila de ASOCOLCANNAA.

 

PLANTA QUE SANA

Hasta que esté disponible en las farmacias, Natalia Tangarife continuará viajando 240 kilómetros cada tres meses desde el municipio de Dosquebradas hasta una pequeña parcela de marihuana que alquila a agricultores indígenas en el Cauca, una zona con alta presencia de bandas criminales y rebeldes armados.

Ella aprendió a extraer suficiente aceite de las 40 plantas para su hijo Jacobo de seis años y otros 30 niños que sufren de epilepsia refractaria crónica y otras enfermedades, algunas de ellas sin un diagnóstico definido.

“Cuando yo le suministré a Jacobo el aceite eso fue como un milagro para nosotros, durmió toda la noche, estuvo tranquilo, no gritaba, no lloraba”, recuerda Tangarife en la sala de su casa mientras Jacobo se mecía en su silla de ruedas, sacudiendo los brazos y la cabeza de forma errática.

“En dos meses, pasó de 40 convulsiones al día a dos”, dijo.

Pero la mujer de 32 años se arriesga a ser arrestada por proveer el aceite a otras madres, debido a que las leyes locales sólo permiten dosis para uso personal pero no para distribuir.

La viceministra de Comercio, Olga Lucia Lozano, dijo que el potencial para Colombia podría ser masivo, y recordó que su industria de flores también comenzó como una colaboración entre científicos y agricultores, y luego el país se convirtió en el segundo exportador mundial.

“Las drogas han causado más dolor que ninguna otra cosa, he visto morir a amigos”, dijo en un evento del gremio de cannabis. “Pero de esas cenizas construiremos una nueva industria”.

Andrés López, jefe del Fondo Nacional de Estupefaciente del gobierno que supervisa el uso de narcóticos para fines médicos, dijo que está estableciendo un equipo para regular la nueva industria. La nueva ley exige pruebas genéticas y otras medidas para evitar que el cannabis ilegal ingrese al mercado médico.

Algunos en la derecha política en Colombia, incluido el exfiscal Alejandro Ordóñez, se opusieron al proyecto porque envía el mensaje de que la marihuana es buena para su salud y podría conducir a una legalización total de la droga.

 

UN PLAN POCO PROBABLE

Al anunciar su plan sobre la marihuana medicinal, Santos dijo que podría servir como un programa de sustitución de cultivos ilícitos que incluiría a miles de campesinos del país.

Pero su visión es difícil de concretar por varias razones.

Primero, la ley actual obliga a las empresas a desarrollar en conjunto con agricultores locales sólo el 10 por ciento -como mínimo- del área aprobada.

Luego, la cantidad de hectáreas aprobadas en las licencias dejaría automáticamente fuera de juego a muchos minifundistas, y para rematar, los campesinos deberían invertir al menos 20 millones de dólares al año en equipos de laboratorio y tecnologías, una cifra sideral para ellos.

“Nos han ofrecido falsas esperanzas”, dijo Héctor Sánchez, quien destruyó sus plantas de marihuana para formar parte de la cooperativa fundada por Pharmacielo, denominada Caucannabis, y que todavía no ha comenzado a producir. “Si los productores no podemos participar, volverán a la marihuana” recreativa.

Pharmacielo explicó que en el proyecto piloto de cuatro hectáreas con la cooperativa en Corinto podría emplear a unos 18 agricultores por cada hectárea. Pero las licencias asignadas hasta ahora por el Gobierno solo dan para que los campesinos cultiven media hectárea.

Eduard García, alcalde de Corinto -población reconocida como la mayor productora de marihuana del país-, criticó el poco cupo otorgado por el gobierno para los campesinos y aseguró que el cannabis legal podría evitar que los jóvenes se unan a grupos rebeldes y bandas delictivas.

“Si nosotros aquí beneficiamos a 1.000 o 2.000 campesinos téngalo por seguro que ellos no van a tomar un fusil”, dijo.

El funcionario explicó que con la marihuana se podrían crear más del doble de empleos por cada hectárea frente a las plantaciones de caña de azúcar.

“Si es una industria farmacéutica pues que las empresas se dediquen a sacar productos, a sacar derivados, pero que los cultivos se los compren a la gente, a los campesinos”, dijo desde su oficina, cerca de la plaza del pueblo.